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Los desplazados se entretejen a lo largo de la narrativa de nuestra fe. Los israelitas vagando por el desierto. Noemí en Moab. El remanente en Babilonia. Rut en Israel. Una y otra vez, las Escrituras nos enseñan a cuidar del extranjero, del forastero, de la viuda y del huérfano.

La creciente agitación en Siria y en todo el mundo ha puesto este tema en primer plano una vez más, ya que miles de nuestros hermanos y hermanas huyen de la violencia en su patria siria. Nos estremece la violencia de los atentados en Beirut, París y Bagdad. Pero la Escritura nos dice: "No tengáis miedo".

Como cristianos, es nuestra responsabilidad abrir nuestras puertas, ofrecer atención y refugio a los refugiados que buscan un lugar seguro para aterrizar. No podemos dejar que el miedo y la retórica del terrorismo nos impidan ofrecer esta hospitalidad básica a las personas necesitadas.

Esta postura no es nueva en el ACR. En el Actas del Sínodo General de 1993...leí esto:

Uno de los temas más poderosos de las Escrituras es el amor especial de Dios por los extranjeros residentes, "extranjeros dentro de la puerta". Fueron rescatados por Dios, curados y presentados como ejemplos de fe y modelos de amor profundo... Al igual que Dios tendió la mano en Cristo para atraer a la humanidad alejada a la familia de Dios, las Escrituras enseñan a los cristianos a tratar a los extranjeros que encuentran como vecinos y familia.

Me hago eco de los sentimientos expresados por el Consejo Nacional de las Iglesias de Cristo en Estados Unidos al pedir a nuestros funcionarios electos que no consientan el miedo. Me alienta saber que Canadá aceptará 25.000 refugiados sirios para finales de año, y animo a los líderes estatales y federales de Estados Unidos a adoptar un enfoque similar. Rechazar a estos refugiados es rechazar tanto su humanidad como el encargo de Cristo de cuidar de ellos.

Sigo rezando y abogando por la paz, no sólo en Siria sino en todo el mundo. Rezo para que no cedamos a la histeria que se genera con cada amenaza de terrorismo. Rezo para que no dejemos que el miedo eclipse la llamada de Dios a cuidar de los extranjeros entre nosotros. Al fin y al cabo, cuando nos acercamos al Adviento y a la celebración del nacimiento de Jesús, recordemos que el propio Jesús fue una vez desplazado: un niño que huía con sus padres en la oscuridad de la noche, buscando refugio en Egipto.

"El Señor tu Dios... ama al extranjero que reside entre vosotros, dándole comida y ropa. Y vosotros debéis amar a los que son extranjeros, porque vosotros mismos fuisteis extranjeros en Egipto" (Deuteronomio 10: 17-19, NVI).

Juntos por la causa,

Tom De Vries

Secretario general